
Alexei Dainelli entró en su casa caminando apresuradamente. Su padre lo había llamado por teléfono dos horas antes pidiéndole que fuera cuanto antes a casa, así que allí estaba.
Caminó por los largos pasillos saludando a los guardias que se encontraba a su paso. Al girar la última esquina, visionó la gran puerta del despacho de su padre. Su expresión se llenó de preocupación cuando observó a ocho guardias flanqueándola, que se apartaron para dejarlo pasar. Abrió la puerta sin siquiera llamar y cuando entró, se paró abruptamente y miró a su alrededor, sorprendido al ver a tanta gente importante allí reunida.